El rincón

Aquí se reúne la esencia del nombre de la serie. Las opiniones del grupo sobre diversos temas, se hallan reunidas en esta pequeña zona de Internet. Eres libre de entrar y dejar tu aportación, sea cual sea,  aquí siempre hay oídos escuchándote. 

¡Hola a todos! 

He estado pensando que este apartado del blog no acaba de cumplir su propósito, pues supuestamente, aquí deberíais encontrar artículos de opinión, y por el momento, lo único que hay son pequeños relatos.

Hoy vengo a cambiar eso. A partir de hoy, los viernes semanalmente, subiré un pequeño texto argumentativo sobre cualquier tema. Siempre podéis contactar por la página y sugerir ideas.

Será un ejercicio para ponerme a prueba, pues pretendo dar mi punto de vista en breves líneas, ya que normalmente suelo explayarme mucho. Aclaro desde un primer momento, que esto es mi criterio, y no aspiro a que todo el mundo esté de acuerdo. Me encantaría leer vuestras opiniones también, así que abusad todo lo que queráis del apartado "contacto".

Alba

¡Hola a todos! Espero que estéis pasando un buen verano.

Me he pasado a ver como andaba la web, y me he llevado la sorpresa de que mucha gente entra a diario. Por eso os dejo este trabajito que tuve que hacer durante este curso en clase, y que encaja perfectamente con la temática del apartado. Intentaré subir alguna otra cosilla, un poquito más creativa.

Además, os he subido a "Procesos y Extras" el cartel que diseñamos en el taller para el primer capítulo.

¡Nos vemos! 

Alba

¡Hola a todos!

¡Qué poco duran los veranos! Espero que hayáis tenido todos una buena vuelta a la rutina.

Por mi parte, vuelvo a este rinconcito, al que tengo tanto cariño. Como os comentaba en junio, tras el estreno del capítulo, la web está en stand-by por el momento. No sabemos que nos deparará el futuro. Eso sí, retomamos con muchas ganas el taller de pintura.

Me da cierta pena mantener la web sin actualizaciones, después de todo el trabajo que ha supuesto. Por eso, me gustaría retomar mis sermones morales, porque además de ayudarme a sacar todos estos pensamientos que tengo almacenados,  me entra un chute de motivación al saber que hay gente que se toma el tiempo de leerlos.

Bienvenidos de nuevo al Rincón, espero que disfrutéis de "La playa de Levante".

15 de octubre, Alba.


Parece mentira

Hace justo un año, me encontraba tirada en la cama rústica de mi pueblo, pensando en cómo dar vida a la webserie. No sé en que momento se me ocurrió abrir un documento en Word titulado "San Valentín". Por aquel entonces, pensaba que era una locura publicar un texto en el cual pudiera expresarme sin tapujos. Mírame hoy. Aún con cierto temor a pronunciar con tanta sinceridad todo lo que pienso, pero habiendo dado ya el paso de firmar con mi nombre todas esas opiniones que habéis seguido fielmente durante todo un año.

Una revelación que os hago es que una de las razones por las que empecé a escribir siguiendo más o menos una rutina, fue por un pique por una nota en Lengua. Era una simple redacción sobre el naturalismo literario. Para mí fue un antes y un después.

Me quedé perpleja mirando la nota grabada en rojo, y la cosa empeoró cuando fui preguntando las demás calificaciones. Aunque la competitividad extrema no es buena, una mínima porción de esta puede ayudarte a encontrar una motivación poderosa.

En resumen, como leeréis al principio de esta sección, empecé a escribir para mejorar la calidad y la estructura de mis textos. Prometí ser breve, y acabé siendo una mentirosa maestra. No sería fiel a mi misma, si tratara de acortar mis escritos. Y aunque tengo que aprender a sintetizar, es un deber que dejo fuera de este rincón, pues aquí vengo a disfrutar de lo que hago. Sin duda lo que más me gusta de tener este pedazo de Internet (aparte de la gente que me lee) es que no hay calificación que me pueda desanimar o echar para atrás. Escribir sin tener la presión de medir cada oración, es un placer dulzón que funciona como calmante contra el estrés de una vida entera marcada por notables, sobresalientes e insuficientes.

Con esto me despido por hoy, y aprovecho para deciros que, al estar de exámenes, me cuesta encontrar un ratito para sentarme a escribir. Quiero pensar que para carnaval ya tendréis publicado "Ser el cero decimal", pero no prometo nada.

P.D: por si no os habías dado cuenta, me encanta poner títulos liosos.

14 de febrero 2022, Alba

Estoy de vuelta

Sí, en efecto, he empezado el curso cuatro meses después de lo esperado. Ilusamente llegué a pensar que durante el verano podría escribir para el Rincón, y que, con un pelín de suerte en algún momento entre julio y agosto podría subirlo a la web. Os diría cualquier excusa: que el verano es un tiempo para descansar... y más ideas del estilo. Pero la verdad es más vergonzosa, y es que apenas he tenido tiempo para ponerme delante del teclado. Ha sido un verano ajetreado, y no he aprovechado bien las horas muertas para mantener esto activo.

Eso ya no puedo cambiarlo. Al igual que no puedo volver cuatro meses atrás, y publicar lo que tenía pensado para septiembre. Pura procrastinación ha sido este último trimestre. Lo siento de veras.

Pero estoy de vuelta, y traigo el trabajo acumulado. Al igual que me pasó el curso pasado, es bastante posible que entre enero y febrero no vuelva a subir nada. Estoy lamentablemente disfrutando de mi último año en el instituto, y la mayor parte de las horas del día las empleo en hincar codos. En cuanto vea un rayito de sol entre tanto trabajo y examen, os prometo que me pongo en serio con los textos.

Una vez más, y no me cansaré de hacerlo, os doy las gracias por vuestra constancia y paciencia. Aún sigo sin creerme que haya personas que utilizan unos minutos de cada día para mirar si he actualizado el Rincón. Gracias por estos dos años de sorpresas que me habéis dado.

29 de enero de 2023, Alba.

Tendencia a crecer

Llega un nuevo septiembre y con él, nuevos comienzos. Para muchos será la vuelta a la rutina, otros tantos estarán a punto de entrar en un nuevo mundo. Se me viene a la cabeza los infantes que abandonan las guarderías, los niños que dicen adiós al colegio, los jóvenes que ingresan en la universidad o los millones de adultos que vuelven de unas vacaciones demasiado finitas. Etapas que se abren y se cierran, mientras la tierra no para de dar vueltas.

Hoy, 14 de septiembre, comienza la etapa de la ESO de los niños nacidos en 2010. Bueno, niños ciertamente no, preadolescentes; en cualquier caso, pequeñajos que alardean de estar con gente de 18 años en el mismo centro. Personitas que tienen demasiadas ganas de crecer, o a las que se les ha inculcado miedo a ser un crío.

Recuerdo mi entrada al instituto, así como el respeto que me inducían las miradas de aquellos que me superaban en años. No me es difícil retroceder ante aquellos temores que afloraban un septiembre como este. Tardé lo mío en hacerme a aquel nuevo sitio. Hoy en día, los chavalines le pillan el truco al instituto fácilmente. No se consideran extraños, todo lo contrario, se piensan que son dueños de todo este nuevo recinto. Solo con quitar los ruedines a la mochila del colegio y sustituir los cuadernos por el archivador, se adquieren cinco años más de edad.

Hay algo en estas nuevas generaciones que me causa angustia: su anhelo a perder la niñez.

Poco a poco y de forma imperceptible, se abandonan más tempranamente los juguetes y los dibujos animados. Como un hilillo de agua constante que se muere en un desagüe, se escapa la inocencia de la mente de los niños. Sufren por sus cuerpos infantiles y sus rasgos poco atrayentes. Los escondrijos del armario acogen a las prendas que han pasado a dar vergüenza, o que pecan de ser muy infantiles para un niño de 12 años. De las paredes se arrancan los garabatos que hacíamos con tres años, y los sustituyen decoraciones chorras de una tienda cualquiera de baratijas. Y de un súbito portazo, han cerrado la etapa más importante de toda su vida: la infancia.

Sin duda, estamos encarrilando fallo tras fallo como sociedad. El primero es la madurez temprana de los niños. Aunque el verdadero problema es inducirlos a abordar temas atribuidos a la "madurez", como las adicciones, la orientación sexual, la política o el sexo. Y el segundo, es el miedo a transformarse en adulto. Tal vez se deba a ese crecimiento falso o a esa adultez adquirida con 14 años. Tal vez fueron las prisas de crecer, lo que hace de hoy un joven atemorizado de la verdadera vida adulta. Cuando todo lo que conlleva cumplir dieciocho años asoma por la esquina, empiezas a lamentar haber jugado a ser adulto durante toda tu adolescencia.

Si ya es palpable ahora ese miedo, ¿qué será de estos chicos que vienen ahora?, ¿quién les dirá que desperdiciaron sus últimos años de niñez en aparentar ser adultos?

Espero que sea Tik Tok el que les informe de todo esto, ya que últimamente solo se promulga en cada vídeo, cada sarta de mentiras, que no es de extrañar que los niños caigan en un engaño tras otro.

Siento revelar que la vida real dista bastante de parecerse a las extravagantes anécdotas que se cuentan por esa plataforma.

Después no es de extrañar, la agonía que algunos chicos sienten al no encajar en lo que el mundo virtual dio por normal.

Detener esta locura no es que sea prácticamente imposible, es que no sabemos ni siquiera por dónde empezar. Son los niños los afectados, así como los más culpables. Ni charlas, ni castigos, ni amenazas. Nada sirve para frenar esta comedura de cabeza.

No hay una guía para crecer, ni la habrá. Por eso es tan difícil saber que acciones corresponden a una edad y no a otra. Y solos como estamos a la hora de crecer, lo más sencillo es tender a copiar aquello que hacen los que ya han crecido. Es por eso, que nos debemos repartir la culpa entre todos los rangos de edad. Nadie está exento de ella, pues de algún modo todos interferimos en los más pequeños.

Lo único que podemos hacer aquellos que ya hemos vivido lo que están pasando ellos, es transmitir algo positivo a los que siguen nuestros pasos. Si alguien quiere aceptar un consejo, entonces tal vez yo pueda ofrecérselo.

De nada sirve crecer para encajar en un grupo que no te verá envejecer.

Astilla convertida en cerilla.

Los concejos van cayendo en el olvido poco a poco, dejando enterradas las raíces de la democracia española. Muchos se preguntarán qué son, otros sonreirán al recordar los tiempos pasados. Yo por suerte no tengo que echar mucho la vista atrás, para recordar la última junta de vecinos, que es el apodo que reciben en el lenguaje cotidiano.

Los concejos perviven a duras penas en ciertos pueblos leoneses, tales como los míos. Tal vez lo más sorprendente de este sistema, es ver como los habitantes de los pueblos se llevan rigiendo durante décadas por unas reglas que marcan los límites de la actividad humana, sin necesidad de papeleo ni administración estricta.

Explotar, sin arrasar. Renovar, sin mancillar. Sobrevivir, sin desequilibrar.

Tres acciones básicas que mantienen la naturaleza sana alrededor del pueblo. Un ejemplo de esta aplicación directa es el reparto de leña.

El monte es un salvaje ente que no es consciente de su inmensidad. Trata de extenderse por todos lados, tanto como le permite la tierra a la cual enganchará sus raíces. Los árboles germinan y buscan el calor del sol a toda costa. Crecen juntos, sin el orden meticuloso que nos gusta. Por eso, muchos quedan agazapados en la sombra de los árboles que antes consiguieron llegar al cielo.

Para evitar este problema, anualmente se reparten parcelas de terreno del pueblo, para que sus habitantes limpien la zona. Puedes tener la suerte de que tu sección de monte esté conectada a la carretera, pero otros desafortunados, como mi padre, por ejemplo, les toca un trozo de bosque perdido en la profundidad de las rutas que atraviesan el monte.

Aún así, el proceso no suele variar mucho:

Primero hay que llegar al terreno, luego marcar los árboles que se van a cortar (aplicando un poquito de sentido común) y seguidamente encender la motosierra para tumbarlos. Una vez que el árbol ha caído, se debe trocear, si el plan que le sigue es cargarlo hasta el hogar. Luego la parte más pesada, literalmente, es cargar los troncos hasta el remolque.

No creáis que la participación en el reparto de la leña es obligatoria. Se apuntan los interesados, ya que la gente que tiene una estufa que alimentar, se ahorra un dineral yendo a buscar la madera por su cuenta.

El reparto de leña pertenece a un trabajo mayor que es el de limpiar el monte. Pues si hay algo más salvaje e inconsciente que un monte, es el fuego.

Las pocas personas que hoy en día siguen apuntándose al reparto de leña, ponen su granito de arena para proteger su precioso bosque del brutal fuego.

Solamente en verano se pregona por la televisión ese miedo que encoge el corazón de aquellos que tienen sus posesiones y recuerdos en manos de una chispa que aterriza por accidente donde no debía. Esta nación no es ajena a todo esto, pues sus orígenes se remontan a estas villas que hoy están ardiendo.

Hará cuatro o cinco años, cuando durante las lágrimas de San Lorenzo, mi madre recibía la noticia de que mi pueblo estaba rodeado de fuego. Un puño aprisionó su corazón, pues su infancia y juventud podían acabar reducidas a cenizas. No ardió, porque el Bierzo está repleto de caminos cortafuegos, aunque en otros sitios ni eso lo ha detenido. Dos meses después, poníamos un pie en mi casita rural, habiendo visto las sendas tintadas de negro, en las que habitaba el silencio. Negras, con los cadáveres de troncos que parecían dedos que buscaban la ayuda del cielo. Era desolador ver como en unos segundos se había arrebatado la vida de aquellas zonas.

Hoy, de las cenizas brotan verdes helechos y coloridas flores. Bellezas pequeñas que no saben que, en cualquier momento, pueden acabar enterradas junto al resto de sus antiguas compañeras.

De cierta manera, es un poco hipócrita culpar al dinero de los incendios, cuando el papel con el que están hechos los billetes, procede de los árboles que están ardiendo. Al igual que de nada sirve quejarse de las largas que dan los políticos a una inversión para reducir estos focos de fuego. Las palabras no son agua, apenas son viento.

No podemos seguir mirando la televisión rezando para que un milagro acabe con todos los incendios. No podemos olvidarnos de que los veranos no se pueden detener, y que el calor volverá durante los futuros julios y agostos, sino antes y con más potencia.

Hay que prevenir antes que curar.

No somos bomberos, está claro. Pero si podemos aportar un mínimo para reducir los daños, ya habrá valido la pena.

Podemos decidir entre observar con pesadumbre como los helicópteros cargan barriles de agua hacia el desastre, o ponernos en marcha y ceder una parte de nuestro tiempo para volver al pueblo a rastrillar las hojas de debajo de los castaños y desbrozar las espigas.

La antideportiva 

La humanidad le debe un gran favor a la esfera que nos alegra los días. No solo le doy yo las gracias por existir, se las dan también mis padres, mis abuelos y todo el árbol genealógico que llevo sobre los hombros.

La pelota, el balón; el protagonista de una gran parte de los deportes. Es un objeto que es capaz de hacer milagros y de provocar desdichas. A mí, por ejemplo, me ha marcado muchos pasajes de mi vida.

El comienzo de esta amistad se origina en un remoto patio de colegio, que lejos de parecerse a un patio, era una zona plana donde mi padre y sus amigos podían jugar en los ratos de descanso. Mi padre en aquel momento no sabía que sería padre, ni que sus partidos de baloncesto marcarían los primeros pasos de su hija en el mundo del deporte. Pero el azar es así de bonito, y mi padre se volvió aficionado a las canastas y a los tiros libres. Yo no empecé a jugar por casualidad. Todo surgió a partir de una actividad llamada predeporte. Me pusieron aquel balón anaranjado en las manos y desde entonces no lo he soltado.

Muchas de las mejores tardes de mi vida, las he pasado con ese balón arrugado entre las manos, y las risas de mis compañeros de equipo flotando en el aire. He llegado a encontrar una pequeña familia en aquel equipo de colegio, para nada serio.

Cómo de sencillo puede cambiar el asunto, en cuanto se interpone el dinero. Los equipos federados son un imán atractivo para jóvenes talentos. Yo nunca me consideré como tal, pero me surgió la oportunidad de entrar en ese mundo. Cuánto me arrepiento de haberme obligado a vivir eso.

No es que me torturaran ni nada por el estilo. Pero lo que comenzó siendo una afición, pronto se convirtió en una obsesión en aquel nuevo pabellón. Los partidos ya no eran piques de una hora, sino una victoria o derrota rotunda. En aquellos nuevos entrenamientos, se acabó el tiempo para juegos de niños. El juego era un premio por haber sudado la gota gorda durante una hora y media.

Creo que el detonante de mi mala experiencia fue en sí el equipo. Venía de entrenar en un equipo mixto, en el que nada nos diferenciaba. De la noche a la mañana, pasé a jugar únicamente con chicas.

En aquel equipo femenino, yo era una extraña. A pesar de tener doce años, aquellas niñas ya pudieron hacer un examen a conciencia de quién era y cómo jugaba. A los pocos partidos, me di cuenta de que había unos roles muy estrictos, en los cuales yo no estaba incluida. Recuerdo la impotencia de estar corriendo de un campo a otro, sin recibir ni un solo pase. En cuanto el balón caía entre mis manos, unas voces me indicaban a quien se lo debía pasar. Me sentía inútil, y los más sobrecogedor de todo, es que empecé a tenerle miedo a jugar. No quería tener un error, pues sabía que cualquier fallo sería crucial en la victoria del equipo. Y quien no quiere cometer errores en un deporte, debe resignarse a no jugarlo.

Lo pasé muy mal. Mis padres no entendían de donde venía ese miedo al equipo. ¿Pero cómo podía explicarles que no aguantaba más a aquel grupo de niñas? Solo hicieron falta tres crías para amargarme cada minuto de los entrenamientos.

Lo dejé al año, ni siquiera me llegué a federar. Cuando alguna vez coincidí con ellas, ya con mi equipo escolar, se me colaba un pesimismo en el cuerpo, que me incapacitaba jugar. En ese sitio, perdí la confianza que se necesita para avanzar en un deporte.

¿No veis el peligro? Chicos que se amargan por poner una pelota entre sus manos. Una seguridad derribada a base de culpabilidad individual. Miedo a equivocarse y a ser ignorado.

La culpabilidad, el miedo, el rechazo. Son tres sustantivos que pueden moldear a un niño. El deporte tendría que ser una lista de sustantivos muy distintos a estos tres que he citado. Pero se está viendo que esas prácticas que tendrían que aportarnos salud y bienestar, se están cargando la salud mental.

Muchos podrán decir que el deporte se ha ablandado con el paso de los años. Antes lo normal era que te insultaran y te vocearan a la mínima. Y parece que queremos seguir manteniendo esas reacciones como normales. Se puede "criticar" que la gente hoy en día le pone más ganas a lucirse, que a jugar en sí. Pero no tiene sentido decir que ahora los niños son más flojuchos por desalentarse al escuchar como sus entrenadores les gritan y como sus compañeros les infravaloran.

La competitividad está arrancando los valores del deporte del corazón de los jugadores.

Hay una latente falta de empatía dentro del campo.

Se premia más la humillación, que el juego en equipo.

Se está creando una pirámide de clases dentro de cada equipo, que imposibilita la equidad entre compañeros. Los federados, son una división ya en sí. Han limitado la grandeza a pagar una millonada anual, que no promete siempre recompensas.

Los padres se involucran, y hacen de los clubs un objeto para fardar. ¿Cuántos niños habrán tenido que ver a sus padres pegarse con otros padres, por una decisión puntual de un árbitro? ¿Cuántos habrán creído que su única manera de defenderse ante una derrota es una pelea?

Se está olvidando, poco a poco, que el deporte debería traer gotas de sudor y risas. Muchas risas. Y compañerismo, y riñas momentáneas. Y anécdotas divertidas y amigos de cancha. Hay espacio para estas vivencias en los equipos federados, solo que no se está buscando tratar a los niños como niños, solo se buscan trofeos de plástico brillantes y teñidos de oro.

Signos de interrogación

Se estima que por kilómetro cuadrado hay unos 10.000 millones de insectos. Ante esta chocante cifra, se impone una cantidad aún más extraordinaria: el número de preguntas que se han hecho hasta el momento.

Las preguntas son dagas puntiagudas que buscan acribillar el cerebro. Y es que por cada agujerito que crean, consigue escapar la certeza de que conocemos el mundo. Ciertas cuestiones son peores que una peste. Una duda concreta puede cobrarse la vida de un millar de personas. Son, sin duda, una droga contagiosa.

A preguntas complicadas, respuestas inconsistentes. No hay argumento que pueda responder a una cuestión que viaja al compás de la humanidad. Los escasos intentos que hay de dar respuesta a estas dudas, han perdido la credibilidad a los pocos años de ser descubiertas. Voy a lanzaros una, para probar mi postura.

¿Es la amistad una cualidad de la humanidad?

Hace unos años, no habría dudado en contestar que sí, la amistad es innata en los seres humanos. Ahora esa defensa se resquebraja por la experiencia. ¿Realmente entendemos desde pequeños que un amigo es un derecho primordial?

Podemos ser verdaderas arpías desde bien pequeños. Y a esos que llamamos amigos de la infancia, pueden convertirse en tormentos en miniatura. ¿Qué es más natural en el ser humano, la confraternidad o la maldad?

Durante los siglos XX y XXI se ha desarrollado una nueva idea sobre lo que es un amigo. Si preguntáramos al hombre medieval, nos hablaría de clase social y de conveniencia. Aún en el siglo XVII se mantendría la definición medieval, a la que se le añadiría seguidor de una misma creencia ¿Por aquel entonces, sería la compasión una razón por la que crear una amistad?

Las historias se acumulan en el saco de la vida; cuentos de amistades prohibidas, de traiciones inesperadas, de vidas apagadas por mantener otras encendidas. Si las historias son reales, son la única fuente que existe para definir la amistad. ¿Son los restos de estas relaciones tan apasionadas, los que conforman las amistades actuales?

Hoy en día se habla de las habilidades sociales. Capacidades que se tienen o que no se tienen. Se pueden aprender, trabajar, desarrollar. Sin embargo, no enseñan qué es la amistad, sino un buen prototipo de amigo. ¿Son estas habilidades, la verdadera solución a las catastróficas relaciones que estamos creando?

Nos hemos mal acostumbrado a la idea de que los amigos son en esencia confianza y refugio. ¿Te quedas sin amigos cuando tu confianza en ellos da traspiés, o cuando el más ligero viento se lleva el techo del refugio de tus secretos?

Si el perdón va de la mano de la traición, ¿por qué cuesta tanto perdonar y tan poco traicionar? Tal vez es porque nos somos tan poco fieles a nosotros mismos, que no es un problema faltar a la fidelidad del resto. No nos extrañamos cuando escuchamos la historia de los "amigos" que son capaces de abrazar tiernamente a la persona que guarda un profundo rencor desde dios sabe cuándo. ¿Y cuándo se acaba la amistad, es temporal o es para siempre?

Si fuera para siempre, creo que nos habríamos vuelto locos todos. Es moral enfadarse a menudo. Puede que no sea muy aceptable gritar verdades hirientes a nuestros confidentes o expresarse con golpes que parecen muy tontos y poco importantes. Sería preocupante si no difiriéramos de los ideales de nuestros amigos. En pocas palabras, es la inestabilidad a largo plazo, lo que hace de una relación una amistad. ¿Soñamos con cambiar este concepto?

La inestabilidad provoca daño. Instintivamente todos huimos del dolor. Es por ello, que se escapa de las amistades en cuanto duele conservarlas. Muchas veces nos ensalzamos como héroes por haber dejado atrás a personas que no nos convenían. Es tan común transformar a nuestros examigos en monstruos locos, que pocas veces somos conscientes de que han sido nuestras monstruosas acciones las que han acabado con la amistad. ¿No sería necesario dotarnos, en general, con un poco más de visión neutral?

Y al igual que rompemos amistades con la exhalación de un suspiro, mantenemos otras mediante la malacrianza. Igual que se consiente a un niño pequeño, también llegamos a consentir a nuestros amigos. Es jodido decir que no, a una persona que se ha acostumbrado a tu sí. Pero es imprescindible parar los pies en el momento que nos sobrepasa la insistencia de un amigo.

¿O estamos dispuestos a marcar nuestra vida según la dicte otra persona?

Eso, queridos amigos, se llama control.

Lejos del conflictivo mundo de la amistad, se encuentra un vacío representativo que conocemos como soledad. Cada uno enfoca este espacio como quiere. Para mí, es la cámara que guarda mis preguntas. Y he de admitir, que cada día aprecio más este compartimento, y menos el mundo que contiene a mis amigos.

No quiero convertirme en presa de mi propio escondrijo, mas resulta tentador buscar la respuesta de estas preguntas que me surgen mientras sencillamente vivo.

No quiero pensar que me aíslo, pero es un hecho que cada día me encuentro más enganchada a los debates que genera mi cabeza. Entre tanta pregunta interior, acabo perdiendo el hilo de las discusiones reales.

¿No será un error cuestionarse todo esto?

Centro de desintoxicación de imaginación

Retumba el tic tac de ese reloj incesante llamado tiempo, el cual proclama con cada latido de sus manecillas, la extinción del fuego primogénito que arrojó luz a la oscuridad de la que partimos.

Cada leve movimiento de las agujas, es una pala de tierra volcada sobre el ataúd de la habilidad que marcó nuestros primeros pasos. Lentamente, enterramos vivo al culpable de nuestros mayores éxitos. El único aliado que nunca nos ha clasificado de demonios.

Rehuimos de él, y lo condenamos a morir, porque así lo han querido sus adversarios. Han inaugurado centros de desintoxicación para liberarnos de la servidumbre a la que nos sometía este padre de genios.

Desde mi humilde experiencia, vengo a contar que ocurre en estos centros:

La verdad es que resulta engañoso que un lugar que busca eliminar el color de tu cabeza, tenga sus paredes bañadas en tonos primaverales. Hay una cuesta empinada, entre tanto pasillo colorido, provista de piedras grises monótonas, que juegan malas pasadas cuando hacen cosquillas a las suelas de los zapatos. Justo en el momento en el que un pie se posa sobre la cima, el cansancio que venimos acumulando, se convierte en un río bravo que te arrastra hasta la gran presa hidráulica donde se encuentran el resto de pacientes. Con los huesos entumecidos, y un letargo que se hace cada vez más y más notable en la cabeza, la sesión empieza.

La verdad es que la desintoxicación no parece una tarea tan complicada. Tienes un periodo de seis años para librarte de la adicción. Al principio solo se emplean ocho horas diarias para trabajar en ello. Con el avance de los años, las horas se acumulan hasta alcanzar en algunos casos los 720 minutos de labor. Los trabajos son manuales en su mayoría, puesto que es de común saber, que cuando se mantiene al cuerpo en constante ajetreo, la cabeza pierde su capacidad de refugiarse en ideas peligrosas y gratificantes. Vendría a ocurrir, que el cuerpo sufre tanto en el proceso, que la mente reclama el descanso de los músculos agotados.

La labor va desde aislar por completo un espacio hasta dejarlo uniforme y monocromo, hasta estudiar cada posible caso en el que nos pueda surgir un problema, con tal de aprender la fórmula a seguir para solucionarlo. La enseñanza principal es que el mundo ya está delimitado, y que nuestra función en él es aprender a movernos dentro de los límites, sin ocasionar estrago alguno. Debemos un culto riguroso a los visionarios que definieron nuestras barreras, y es pecado discrepar de la filosofía, tantas veces analizada, de cada uno de ellos. Aunque adaptada como está, con sus puntos remarcables y sus puntos impensables, las grandes mentes ya hallaron todas las incongruencias de nuestra existencia, nada se encuentra fuera de sus ideas. Ya no existe nada por descubrir.

Sin la desintoxicación, se cae con facilidad en el sueño de ser un visionario. Es un deseo galopante que culmina en el ensalzamiento de la persona o en su hundimiento por completo. Conlleva pensar para otra cosa que no sea la supervivencia. Por eso hay tanto interés en mantenernos marginados en un triste charco de creación. Todo aquel conocedor de respuestas que únicamente se consiguen atreviéndose a pensar más allá de lo establecido, supone un peligro para los diseñadores de nuestro actual mundo.

Temo afirmar, que somos un producto manufacturado y replicado un millar de veces a diario. Desintoxicados como estamos, no conformamos más que una masa homogénea de personalidades ya predispuestas en una clasificación mundial. Lo único que nos podía diferenciar del resto, era nuestra adicción a crear. Pero eso significaría desafiar a un sistema que busca nuestra integridad en una sociedad sin creatividad.

Dejando atrás esta crítica escondida tras un manto de relato imaginario, os vengo a exponer el caso con más claridad.

No sé si sería correcto acusar a todos los institutos de ser un instrumento para eliminar la creatividad de la juventud. No sé si sería justo meterlos a todos en el mismo saco, por estar yo en uno que sí cumple mis quejas. No sé y prefiero no saberlo, si la realidad a mis sospechas es correcta.

Abandonaba yo el colegio hace cinco años con mi mente nutrida de colores, música e historias. Por aquel entonces soñaba con los libros que leía, disfrutaba el comienzo de un enfrentamiento artístico, esperaba con ansia cada festividad que supusiera disfrazarse, decorar o componer canciones. Mi entrada al instituto fue un aislamiento instantáneo de ese mundo. Al principio no fue tan notable, al fin y al cabo, nos inculcaron desde el primer momento que ciertas actividades habían quedado relegadas al pasado. Ya no era interesante saber cantar, pintar, tocar un instrumento, actuar, leer, disfrutar los dibujos animados... De hecho, era algo repudiado.

Pero era un tema que derivaba de nuestros miedos a no pertenecer a esa nueva etapa. Más adelante, se convirtió en la educación que recibiríamos.

Recuerdo el carnaval de tercero de la ESO, el año de la catástrofe. Una frase fue la protagonista del día "aquí no se viene a jugar, aquí se viene para aprender". Castigados fueron, todos aquellos que vinieron disfrazados al instituto, y sirvieron de ejemplo, para todo aquel rebelde que intentara seguir aquellos pasos. Después del COVID, no diría que las cosas fueron a peor, más bien diría que nos hundieron en un pozo sin fondo. No estaba permitido nada más allá de abrir los libros y copiar como escribas lo que se ponía en el encerado. Si leíamos, era para examinarnos. Si había un teatro, se iba para dejar que el tiempo pasase fuera de eso centro de ansiedad y estrés. Si se ponía una película, era para atiborrarnos de cuestionarios largos, que nunca encontraban la buena manera de darle voz a todos aquellos estudiantes silenciados.

Ninguna actividad cultural era atractiva para el alumnado. Y me gustaría preguntarles a los profesores que de qué se sorprenden. Nunca se nos instó a abrir un cuaderno en blanco y llenarlo de ideas frescas. Nunca se nos enseñó a entender las siete ramas del arte como educación. Jamás se recompensó un esfuerzo artístico, tanto como se recompensaba un diez en un examen.

Y odio haberme manifestado el año en el que no temen decirme a la cara que mi obligación en el centro es entrar dentro de los requisitos de evaluación. Debo considerarme afortunada, por encontrar en este frío y deprimente camino, a profesores que brillaban como una hoguera en una ventisca de nieve. Que yo esté aquí escribiendo esto, se debe a mi profesora de Lengua de 2º de la ESO. Que mi afán por la pintura no decayera, se lo debo a mi profesora de EPVA en 1º. Que yo llegara a encontrar una musa en la cultura grecolatina, es fruto de mi profesora de cultura clásica.

Sin ellas, es probable que hoy Alba solo hubiera sido una adolescente más; enganchada a un mundo virtual, y que prioriza una vida social falsa, a un camino de autoconocimiento. Sufro por todos aquellos compañeros que abandonaron sus ilusiones artísticas, por culpa de este sistema.

Y les dedico esta crítica, para satisfacer sus deseos de venganza. Porque, aunque los directores de mi centro de desintoxicación crean que nos están haciendo un favor, las consecuencias de un futuro quemado por la falta de interés, les hará arder también a ellos, hasta la muerte. 

 Ser el Cero Decimal

Hay cuentos que nos persiguen toda la vida, y uno de ellos es la historia del ser humano que se enamoró de un niño malcriado. La moraleja final viene a mostrar un amor bastante embustero, que acaba consumiendo al que lo goza en exceso.

Contar este relato sería un proceso incierto, pues no se sabe a ciencia cierta quién es el protagonista actual del cuento. Mejor os hablaré del niño malcriado, que encandila a todos a su paso.

Con un sencillo vistazo, observamos un niño de melena dorada, con estrellas en los ojos y unos labios carnosos, que gesticulan palabras diseñadas para embaucarnos. Va vestido con telas que se clasifican entre lo vulgar y lo estrafalario. Y tal vez lo más llamativo es la velocidad que llevan sus piernas, que apenas paran quietas. Sonríe alegremente y se presenta:

-Éxito me llamo-

A nadie deja indiferente su persona, pues a todos nos ha engañado. Es palpable el profundo rencor que tenemos guardado, a ese niño que nos ha lastimado. Y de cara al mundo, se nos puede llamar insolentes a los que lo hemos sufrido, por maldecir a este odioso canijo. Nadie contempla la idea de reconfortar a aquellos que han perdido una parte de sí mismos, por intentar complacer a Éxito.

Visto que el texto va de metáforas, os presento al mellizo de Éxito, que es Fracaso.

¿Cuándo conocemos a Fracaso por primera vez? Pues no sé dar una edad concreta.

Lo que verdaderamente puedo afirmar es que combatir para que los sentimientos que este acarrea se alejen de nuestra conciencia, requiere de una hazaña compleja.

Fracaso es un niño que huele amargo. Trae consigo una llama de pesadumbre guardada en los ojos. Se pueden apreciar cenizas de sueños ensuciando su pelo. Su ropa la ha seleccionado de nuestro armario. Y en contraste con Éxito, no tendemos a complacerlo, sino a darle la mano para que no se sienta tan solo. Solo podemos hacer de su compañía algo humano.

Tanta es la mala suerte del chiquillo, que miles de veces se han olvidado de su nombre y lo han dotado de otro. Entre los más populares lo han llamado solter@, alumno no promedio, trabajo decente, poco habilidoso y error inconcebible.

Y aunque son los nombres más repetidos, es cierto que cada uno lo confunde con los eventos de su día a día.

No tengo la edad suficiente para hablar de la relación de Fracaso y los adultos, en lo único que me puedo basar es en su presencia en la adolescencia. Entre una de las muchas apariciones del niño en esta época, está el conocimiento popular del Fracaso escolar, al cual siempre se le asocia con insuficientes o incapacidad de competencias. Me gustaría hacer hincapié en que todos, en algún momento, coincidimos con él. Oculto y guardado bajo llave, se halla el secreto del Fracaso y la élite estudiantil. Aquellos estudiantes de sobresaliente, acaban coincidiendo con ambos mellizos de forma equilibrada. El conflicto surge cuando se frecuenta demasiado a Fracaso, y se pierde la vista de Éxito. Puede sonar egoísta, pues el fracaso de estos es el éxito del resto. Pero cuando te acostumbras a estar dentro de un área de "perfección", cada mínimo paso que te aleja de este terreno, te hace caer más y más hondo en el vicio que proporciona Éxito. Voy a intentar explicarlo mejor:

Imagina un número decimal.

La parte entera, los números delante de la coma y la parte decimal, las cifras escondidas tras la coma. Imagina que Éxito y Fracaso se llamaran cero. Cada vez que te ganas el amor de Éxito, anotas un cero en la parte entera, pero con cada encuentro con Fracaso apuntas un cero en la parte decimal. ¿Cuál de las dos partes tiene más valor?

Mientras que un cero en la parte izquierda, lo cambia todo, un cero decimal no implica nada más allá de tinta derrochada.

Tal vez no es la mejor ni la más acertada comparación. Creo que por lo menos ayuda a entender como este mismo cero estalla de manera muy distinta dependiendo de su lugar alrededor de la coma.

El cuento de los mellizos Fracaso y Éxito da mucho que hablar. Al igual que se sufre en exceso. Es todavía un tema desconocido en su plenitud. Me queda pendiente contaros el resto de momentos en los que los mellizos juegan un papel crucial.

Tal vez más adelante vuelva a relataros este cuento, puesto que aún me queda por descubrir muchos capítulos que aguardan mi llegada con ansia. Debo admitir que no me molestaría cerrar este libro de por vida, y dejarlo olvidado en una estantería.

REVOLUCIÓN

Cuando la sangre se hizo lago, la revolución había acabado. Cuando una lente captó por primera vez un microbio, la revolución había empezado. Cuando el telar empezó a tejer solo, el futuro había quedado marcado.

La revolución es fiel compañera de la evolución. Mientras ambas mantengan una relación directamente proporcional, el miedo no se propagará. Cuando se tornan las tuercas, y se vuelven inversas, los únicos supervivientes encontrados hasta el momento han sido los libros de historia.

La evolución es el índice de estos tomos. Las revoluciones el argumento. Los muertos las consecuencias.

Si bien Historia se ha vuelto una asignatura aburrida e inservible para muchos alumnos, las películas, cuyos guiones son el temario de estos libros, parecen ganar cada vez más audiencia joven. Es más atractivo y fácil de recordar, si te enseñan visualmente los campos regados con sangre y las cabezas separadas de sus cuerpos. Es impactante ver dientes formar un sendero de muertos. Los nervios se ponen de punta cuando uno ve resquebrajarse la tierra bajo la Armada alemana, rusa o cubana.

Ciertamente no recuerdo una revolución disociada de la violencia. La Ilustración, la revolución del pensamiento, desencadenó la conocida Revolución Francesa. Una revolución que tenía fines positivos, fue la verdugo que accionó la guillotina de los franceses.

La distinción de los bandos "buenos" y "malos" en una sublevación, es una tarea complicada de realizar. La cuenta de asesinatos es la unidad por la que nos regimos actualmente.

El mundo que conocemos es el producto de una serie de revoluciones, que parecen haber culminado en un punto semi neutral. Aunque aún seguimos intentando limpiar la escombrera de odio y atrocidades que dejaron tras de sí estos conflictos, hay ciertos personajes que ven una oportunidad en reciclar ciertos restos, que podrían terminar con la serenidad de los países primermundistas.

Los principales protagonistas de los libros de historia, caracterizados por desentenderse de los problemas que ocasionan. Si hubieran dejado de seguir la idea de "Si caigo yo, caen todos conmigo", el número de crisis humanitarias hubiera sido probablemente mil veces menor.

Ahora que un supuesto gran conflicto amenaza la quietud de nuestros protagonistas, a una le da por pensar qué tipo de revolución lo podría parar.

Soy partidaria de la idea de que un hombre desprovisto de armas es un sujeto con el cual es más fácil dialogar. Aunque es una verdadera utopía pensar que las revoluciones venideras serán en un campo de batalla oral, es una idea agradable y preferente a sucumbir al pánico de una nueva era de interminables asesinatos.

El brebaje del Diablo

"La definición de lo que es un diablo está directamente relacionada con cada cultura" https://es.wikipedia.org/

Desde tiempos ancestrales buscamos un rostro para todos los males que nos acechan, al igual que perfilamos los rostros de dioses y diseñamos la apariencia de las bestias que nos acorralaban en las pesadillas. Cada cultura arrastra sus propias creaciones, y es el legado que dejan a los supervivientes cuando ocurre el declive de estas.

De un recuento de objetos y entidades, que nacieron con los primeros seres humanos y que aún perviven entre los Homo sapiens, quiero destacar dos:

El primero, el diablo.

Desde esqueletos con cuernos, gatos negros, serpientes, hasta nuestro propio reflejo. El diablo es nuestra creación más compleja. Le dotamos con una capacidad para rencarnarse sin distinción entre los seres vivos. Obedece a nuestros deseos más apasionados y sangrientos. Es la personificación del castigo universal. Sus trapicheos y engaños, un anzuelo sencillo para humanos hambrientos. El culpable de la corrupción de un individuo.

El Diablo emplea recurrentemente objetos para cerrar sus malvados tratos. En especial, un brebaje que lleva usando durante decenios para embaucarnos.

El brebaje:

No existe una única fórmula para su obtención. Existen variantes, adaptadas a los gustos, a los frutos de la tierra en cada región; a la cultura propiamente. Lo único que se mantiene constante, es el efecto que produce en nosotros. Ya en el siglo XVI, alguien llegó a la conclusión de que el brebaje del Diablo dependía de nuestra débil capacidad de control.

"Todo es veneno y nada es veneno, sólo la dosis hace el veneno"

Teofrasto Paracelso

En un principio, se utilizaba para obsequiar a los dioses y festejar los efímeros momentos de felicidad. El Diablo no contento con esto, lo introdujo lentamente en nuestro día a día. Algunos de los primeros médicos, ensalzaban su poder curativo. Las intoxicaciones venideras apuntaban a lo contrario. Con el tiempo, desglosando las variedades de brebajes que llegamos a fabricar, nos quedamos con la poción del olvido y el éxtasis. Nuestras fiestas tenían como anfitrión una amplia selección de líquidos. Las culturas se fueron empapando cada vez más, en la mayor de las trampas del Diablo.

Cuando el brebaje se desliza por la garganta, trae consigo el fuego de la morada de satanás. El ambiente se carga de un intenso calor, que parece provenir directamente del núcleo terrestre. El Sol irradia con su luz todo lo que nos rodea, potenciando el color de las más microscópicas partículas. Y cuando parece que uno no puede estar más vivo, te envuelve la oscuridad y sientes las redes que ha tejido el Diablo alrededor tuyo.

Los griegos de la antigüedad advirtieron en sus libros de este engaño que se propagaba en sus calles con una rapidez espeluznante. El siglo XIX, a parte de estar plagado de guerras armadas, estuvo lleno de otro tipo de conflictos que afectaban más al individuo. La publicidad no consiguió evitar la catástrofe, el brebaje del Diablo fue el fin para mucha gente. Cuando llegó la prohibición, satanás solo se relamió los labios: su labor por causar problemas llegaba a su cénit.

El que necesita algo no espera a que la ley facilite su obtención, se toma la justicia por sus propias manos.

Si realmente fuéramos tan listos como nos creemos, habríamos parado los pies al Diablo hace mucho tiempo. Siempre hemos optado por las decisiones más sencillas, y aceptar el brebaje en vez de rechazarlo, es la prueba de ello. Ciertamente, si hubiéramos aprendido a controlar la ingesta del brebaje, no se habrían desatado problemas como la adicción y los actos violentos.

También es incorrecto pensar que el Diablo es el culpable de todo. Nuestros iguales se han hecho de oro a base de comercializar el brebaje y destrozar la vida de millones de sus hermanos.

El negocio se está llevando a mis compañeros, a mis conocidos, y a mis amigos. El líquido les proporciona un mayor alivio a los problemas que acosan sus vidas, a la vez que les aporta un conformismo social, el cual está  cada día  más demandado.

Ya no sé a quién maldecir, al brebaje o al Diablo. Y siento que será de alguna manera responsabilidad mía, si no consigo hacer abrir los ojos a tiempo a la gente que he querido.

 LAS MIL CALLES DE MADRID

Crecí creyendo que vivía en una ciudad enorme. Los paseos de la mano de mis padres se me hacían eternos. Había tantos nombres de barrios, y la vida transcurría de forma tan distinta en cada uno de ellos, que parecía imposible que una sola ciudad fuera capaz de contenerlos. En mi mapa mental, León era una Roma alicaída.

Cuando se me permitió empezar a hacer incursiones solitarias, la ciudad aumentó dos veces su tamaño. Influyó en parte los miles de nuevos sitios que fui descubriendo con el paso de los años, pero la vasta extensión de la provincia se debe, sin duda, a los cientos de pueblos leoneses. Mi genealogía quiso que tuviera dos. Fuego y agua, así son ellos.

Apenas existen semejanzas entre el valle y la pequeña sierra. El valle ha obligado al pueblo a conectar las casas con cuestas vertiginosas que hacen sufrir a las rodillas. En las montañas habita una arboleda que vive ajena al tiempo y a los ángulos de la tierra. En el suelo brotan hasta las piedras. La sierra siempre te deja los huesos titiritando, da igual en que época del año. Los lobos siempre andan aullando, y la nieve puede dejarte enterrado.

Dentro de León, hay miles de terrenos ajenos a los demás. Son paisajes aislados que parecen imposibles de combinar. Pero aquí están todos, reunidos dentro de las líneas fronterizas leonesas.

Mis primeros viajes fuera de la ciudad no revelaron nada nuevo. Las calas del mar no tenían consigo ciudades mucho más grandes que León. Había ciertos edificios que destacaban, como las iglesias, las mezquitas, antiguos castillos o grandes puertos. Un hecho nada singular en España. Este país tiene monumentos históricos prácticamente en todos lados.

En todo hay excepciones, y hubo un viaje que sí marcó diferencia a la hora de alardear del tamaño de León. Madrid me cerró la boca con un buen puñetazo.

He estado un par de veces, y aún así, creo que ni en una semana completa habría podido visitar al completo el Madrid turístico. Es la capital, y se espera de ella que sea un lugar para alucinar. Se ha diseñado para que cada rincón esconda detalles que, al apiñarlos, construyan nuestra historia. Siempre se ha invertido una cantidad exuberante de dinero para que la capital o ciudades estrellas de un país, dejen a uno sin habla. Sin embargo, es necesario asentar la vida en ellas un tiempo, para descubrirlas plenamente.

Tengo amigos madrileños, que cada verano vienen al asolado pueblo escondido en el valle del Bierzo. Siempre me han dicho que lo que más disfrutan, es la oportunidad de dormir durante horas ininterrumpidas. Solemos hablar de las diferencias entre nuestras actividades rutinarias. Para mí es complicado resaltar un suceso impactante que haya ocurrido en el día a día. Para ellos, solamente salir del instituto, ya resulta una aventura digna de una película.

Acabas conviviendo con las bandas, los robos, el miedo a las calles nocturnas, el terrible infortunio de acabar muerto por un azar injusto. Por las anécdotas, se deduce el alto costo de vida y la sensación de ser un simple número del censo. La raíz de estos problemas no es Madrid como tal, sino su grandeza. La gente busca siempre el calor de la prosperidad. Y el cúmulo de gente deriva en la diversidad de individuos, para bien o para mal.

Aún así, después de llevar un mes en el pueblo, echan de menos la vida floreciente de Madrid, su ocio y marcha. No venderían su lugar en Madrid por nada del mundo. Es normal, su existencia está cimentada sobre las calles de la capital.

Así mismo, yo no me imagino una vida fuera de León. Y sospecho que un incipiente porcentaje de la población se ha dado cuenta del porqué de esta última afirmación.

Sé de sobra lo bien que se vende la vida en las grandes ciudades. La envidia revolotea libremente cuando ves cochazos pasar, los chalés deslumbrar, las riquezas personales que tintinean al andar. Todos somos conscientes de que son lujos para pocos, pero que, al parecer, se reúnen en mayor número en estas ciudades. Esto nos hace ensoñar erróneamente con una vida no correspondida. Y desemboca en que todo lo que nos rodea se vuelva miserable a nuestros ojos. La gente cede una vida entera con tal de rozar la grandeza monetaria. Da igual la infelicidad que se gana.

León no puede ofrecerte tantos puestos de trabajo, ni tampoco abundantes sueldos elevados, como Madrid. El pequeño León, y otras decenas de ciudades similares, poseen un encanto, despreciado por jóvenes bulliciosos, y adorado por trabajadores agotados. No te conceden una vida de marajá, pero sí una vida sosegada. Y creo que a la larga, vivir sin el alboroto del amanecer madrileño, puede parecer un lujo del que pocos gozan.

Tal vez estoy muy influenciada por el amor que tienen mis padres a nuestros pequeños pueblos y a mi ancestral ciudad. Para mí ya es algo habitual escuchar a mi padre desear una vida en su casita con estufa de leña y amplio jardín. Sus continuos viajes de trabajo le han hecho apreciar el despertar en el colchón desgastado y familiar. Ahora solo espera el día en el que pueda abrir la contra de madera, y observar una carretera vacía y el humo de las chimeneas de las casas mezclarse con la bruma que hace difusa la silueta de la sierra.

Si yo pudiera

Si la vida me concediera un deseo, tengo claro que pediría volver a tener diez años.

Mantendría mi conciencia actual, solo me infiltraría en aquel cuerpo inagotable y pequeñín. Y tal vez os preguntáis por qué emplearía mi deseo en esta tontería, pudiendo pedir una inmensidad de cosas que me ayudarían en el futuro.

Es tan sencillo de explicar... es la añoranza que me empuja una y otra vez hacia esos días que van perdiendo color en mi cabeza. He perdido tantas cosas en el camino, si es que se le puede llamar camino a este corto paseo que se me hace una vida entera. Mi ansia por revivir algún día de mi infancia es tal, que ni siquiera la ambición de Midas por convertir todo en oro, llegaría a los pies de esta atracción por el pasado.

Os echo de menos, sería el slogan de mi deseo. Y es que aún no comprendo la rapidez con la que los años se han llevado mis amistades.

Sabíamos que crecer era un hecho irremediable, pero nuestra ingenuidad nos hizo creer que las palabras con las juramos que estaríamos juntos por siempre, se llegarían a cumplir. O he sido yo la única boba, que ha mantenido la fe de que algún día volveríamos a hablar como antes. Me atormenta este sentimiento de ser tan prescindible, pero no puedo detener vuestro avance en la vida.

Tal vez un gesto como pararse el tiempo justo para reírnos de las tonterías que hacíamos en el colegio, solo sirva para alimentar esta estúpida morriña. Ciertos días, solo necesito que me saludéis para que no me invada la melancolía.

Pero poco a poco os vais, sin despediros, dejando mis recuerdos desgarrados por el dolor.

No es difícil darse cuenta de que hablo de mis amigos de la infancia. Ojalá me quedaran tan lejos como el periodo de primaria. La triste realidad para mí es, que viven en la misma manzana.

Se complica la cosa cuando coincido con ellos en clase. Significa mirar a la cara a desconocidos, de los que sé su cumpleaños, cuáles eran sus primeros amores, sus jóvenes ambiciones, sus miedos infantiles y el sonido de la risa de cuando eran niños.

Si tan solo fuerais vosotros los que inspiráis mi añoranza...

No sería capaz de enumerar la de veces que he sentido que me han robado el derecho de jugar, antes de tiempo. Ahora es demasiado tarde para intentar recuperar tardes como aquellas que ocurrieron. Da igual lo aguafiestas que sea con mis amigos, les importa un rábano que me quede horas esperando a que acaben de beber. Nunca me recompensarán el tiempo que he pasado escuchando sus penas o sus estúpidas peleas. Solo les pido que, por una vez, se esfuercen en hacerme pasar un buen rato. Y si para ello tienen que jugar un escondite o vaciar el armario para elegir un juego de mesa, que lo hagan sin bufar.

Nunca ha ayudado el hecho de que en el pueblo me haya tenido que juntar con gente mayor. Al final, o era yo la que me doblegaba y callaba mientras hacíamos las cosas que querían ellos, o simplemente me echaban diciendo que era demasiado pequeña. Cuantas lágrimas me ha costado un año de diferencia entre edades. Un triste y mísero año. Esta habilidad de amoldarme y fingir pasármelo bien, no me ha beneficiado en nada, cuando ha llegado la hora de cortar de raíz este bucle que me tiene atrapada.

Y hablando de bucles, me sorprende la de veces que puede llegar a ser uno ciego y testarudo, antes de darse cuenta de que tiene al lado un mal amigo.

En su momento, encontré a una persona, que, a pesar de sacarme dos años, sus deseos eran el reflejo de los míos. Desafortunadamente, acaba siendo la persona que más daño me ha hecho.

No me sirve que me recuerdes una vez al año, que tú también echas de menos los sábados helados en aquel remoto pueblo de montaña. No puedes decirme que he sido indispensable en tu vida y que se te llenan los ojos de lágrimas cuando ves nuestros recuerdos en las muñecas, en los miles de cuadernos que rellenamos o en la memoria de tu primer móvil. No puedes decirme todo esto el día de mi cumpleaños, para que empiece el año esperando con pesar tus mentiras. Me llegan, cada una de ellas, tarde o temprano, pero siempre me impactan en el corazón.

Tantas veces me advirtió mi madre, y aún así, siempre me ponía de tu lado. Tuviste el poder de que me creyera tu versión de los hechos, antes que la verdad de los labios de mi madre. Lo perdiste, al igual que me has ido perdiendo a mí. Aunque no te lo demuestre, aunque a tus ojos, todo sea igual que siempre. Si esta amistad sigue en pie, ha sido porque yo he salido a flote de las desilusiones con las que me has tratado de hundir.

No sé si esto podría clasificarse como un texto argumentativo, diría que esta vez es más bien un desahogo. No podría haber descrito las desilusiones, los engaños y las tristes verdades a las que uno se va acostumbrando, de forma objetiva. Esto tenía que llevarlo al único terreno que controlo, que es mi vida.

Siento que este texto sea el que abra el año nuevo. Ya estoy un poco cansada de los propósitos color de rosa, de todos los años. Para mí significa bastante más, deshacerme poco a poco de estos deseos envenenados que me envía la añoranza, que seguir prometiéndome cosas que sé que no van a ocurrir.

Amoris insanus

En el año 1931, quiso el sol que floreciera un rosa con espinas de cuero y pétalos de papel. Un hombre que iba restándole años a su juventud, se topó con tal peculiar flor. La llamó "Los placeres prohibidos", y atravesando con una de sus afiladas espinas la dermis del dedo, firmó con angustia, aquel que sería el diario de una vida que nunca llegaría a ocurrir.

Pienso ahora mismo en otro de aquellos varones, que quiso la maldad llevárselo cinco años después del nacimiento de la rosa de Luis Cernuda. Lorca moría sin ni siquiera haber empezado a vivir. Las balas absorbieron sus palabras, su libertad y su amor.

Ochenta y cinco años nos separan de esa injusticia. Un hecho, como otros tantos, marcado por la violencia que nos caracteriza. Me pregunto sobre lo que diría Lorca de los tiempos que corren. Si llegaría a acostumbrarse a esta libertad para amar como una cotidianidad.

Cuesta creer que el suelo que pisamos, fue en algún momento, uno de los tantos territorios del mundo que se rigieron por una ley que marcaba que tipo de amor era el correcto, llegando al punto de arrancar vidas por su incumpliendo. Llamémoslo presión social, al momento en el que ciertos países comienzan a borrar esta norma de sus constituciones. Unas cuantas hojas muy sencillas de arrancar. Enrevesado trabajo fue hacer olvidar a la población, lo que decían sus líneas.

Y es el hecho de que yace el polvo que un día fue Lorca, enterrado en la ancha tierra que comprende España, el que nos recuerda que aún queda un largo camino por allanar.

Nadie sabe con seguridad el lugar dónde están los restos mortales de Lorca, ni si estarán debajo de la tierra. Tal vez lo único que quede de él, sean sus palabras y su recuerdo, y nada más. Pero yo le quiero preguntar a la esencia de su persona, si puede ver lo que ocurre en la superficie terrestre:

Oh, Lorca, no me creerías si te dijera que se ha empezado una guerra por amor. Me harías callar, con tal de no escuchar que amar se volvió una triste competición. Perderías la estima a tus palabras de afecto, si te enseño que ahora no son más que vocablos sin ningún sentimiento. Te horrorizaría saber que tus poemas solo son temario para estudiar. Cuesta admitir, que ha pasado ya un largo tiempo desde que un joven se tomó el tiempo para identificarse con tus versos.

Lorca, con cada día que transcurre, a mi alrededor estalla esa confianza que surge cuando nos enamoramos, como si se tratase de una mecha en paja seca. Un fuego acaramelado, que devora todo el montón de heno que comprende una persona. La vida de este ardor, cuan rápido se apaga, cuando se precipita agua sobre las brasas. Y es que así son ahora las relaciones. Las palabras que preceden al beso solo sellan el tratado de que el lío será pasajero. Nada de ataduras del corazón.

Y realmente, uno debe de probar, para saber lo que busca. Pero todo dentro de una cierta medida.

Se están prendiendo fuegos nuevos cada tres segundos, en el mismo espacio-tiempo, sin dejar un momento para pensar que está uno haciendo. Son desconocidos unidos durante unos segundos por los labios, y que, al rato, vuelven a ser lo que eran: ignorantes de la vida que hay detrás de cada uno de ellos. Y este tema Lorca, ha formado una mezcla homogénea con el libre albedrio para amar.

Es un logro que tuvisteis que pagar vosotros con vuestra sangre. Tanto cuerpo vacío para que llegara el momento en el que un niño creciera sabiendo que los hombres se querían entre sí y que también lo hacían las mujeres.

Una lucha demasiado encarnizada, para que haya tomado este rumbo actual. No quiero sonar retrógrada, pero creo que la acción de amar se nos está yendo de las manos.

Desde hace unos dos años, ha triunfado la tendencia de clasificarse en la ancha lista de nombres que definen por quien tu corazón se muere de devoción. Y como no, solo se me ocurre comparar esto, a la acción de inscribirse en una tropa militar. Y este cotejo deriva de la clara enemistad que ha surgido entre opuestos.

Es complicado no sentir el horror fluir por las venas, con las noticias que se escuchan hoy en día. Cada asesinato, cada puñetazo acertado, los comentarios repetitivos que llegan a tus oídos. Entiendo el enfado, lo comprendo de verdad. Sé de sobra que la mentalidad de los asesinos de Lorca aún anda suelta por ahí. ¿Pero qué ejemplo estáis dando, al utilizar sus estrategias? Heterosexual, bisexual u homosexual. ¿Cómo se pueden haber convertido estos términos en bandos de guerra? ¿Cómo puede ser, que hayan pasado tantos años, y aún se asocie partidos políticos a la sexualidad individual? Caemos en los estereotipos de los que todo el mundo huimos. Los utilizamos para herirnos. Y la pregunta será siempre la misma: ¿Qué conseguimos?

En mi criterio, siempre ha estado la idea de defender los derechos del amor. Y me sienta como una puñalada trapera, ciertas acciones diarias que veo, que me hacen dudar de lo que defiendo.

Tal vez se han juntado demasiados eventos, tal vez solo es cosa de una etapa, tal vez es la acumulación de tantas fantasías generacionales la que nos ha hecho creer en este amor tan loco y superficial.

Daré tiempo al tiempo, pero por ahora, no me siento nada cómoda en este ambiente tenso que se está creando.

Dejaré que los días marquen el avance de este periodo. Supongo que solo nos queda seguir viviendo, Lorca.

La playa de Levante

Es el instinto del hombre el que le hace temer al mar. Es su fascinación por encontrar algo incontrolable, lo que lo enloquece. Y un hombre sin capacidad de control es el mayor enemigo mortal.

Asocio el mar a la serenidad. Al fin y al cabo, solo durante las vacaciones lo podía ver. Era una recompensa al esfuerzo. El paraíso de una niña que solo conocía montañas y carreteras.

¡Quién diría que aquella arena era un baúl de juguetes! Una concha que resultaba tesoro, aunque la rodearan cientos de millones más. Cristal que un día fue afilado, ahora una joya translúcida y circular. Imperios romanos de arena, vencidos por la furiosa marea. Un sinfín de anécdotas que puedo recordar.

Años añadía, y aún así, la misma fascinación tenía. Cuando no encontré diversión en la arena, crucé la fina línea de seguridad. Una primera ola me engullía.

Estudié su ciclo, pero de nada servía. Solo me quedó aprender a mantenerme de pie ante sus sacudidas. Y pasaban las horas, que en el agua seguía metida. Más de una vez quemé toda la espalda, por no abandonar a esa asesina. Y cuanta más agua tragaba ante sus ofensivas, más ganas tenía de seguir allí luchando, a ver si me vencía.

¡Cuánto hice sufrir a mi madre, más de una vez, que me di por abatida!  Pero uno no sabe a que se enfrenta, hasta que yace muerto y llevado a la deriva.

De las tenebrosas aguas cantábricas, a las pacíficas mediterráneas. Apenas puedo describir mi decepción, cuando llegué hasta la orilla, de un mar sin vida. Sorprendida cuando al rozar el pie con el agua, no era hielo lo que me esperaba, sino agua de manzanilla templada. Rocas que de aspereza escaseaban, suavemente abrazadas por una capa de algas. Y algo que únicamente había visto en las aguas de canarias: pececillos curioseando entre tus patas.

La playa de Levante es la contradicción más clara: en sus aguas, solo emana la calma. En la arena, no hay espacio para tanto gritón macabra. Hombres y mujeres, de opuestas edades, uno que grita por la bebida que le resbala de la barbilla y otro que solo logra entender a voces, pues los años se llevaron su audición. Infantes revoloteando de un lado para otro, levantando toda la arena a su paso. Parejas que caminan de la mano y con los pies descalzos.

Seis días interna en las aguas de Levante estuve. Cinco de ellos, la marea mostró su habitual paz. Uno, en el que el mar no lo pudo contener más.

Playa de Levante, que oscuro secreto escondías. Las aguas cristalinas, que tan irreales parecían, que tenebrosas se tornaron aquel nublado día. El mar arremetía enfurecido, contra las costas de arena blanquecina. Salpicaba el dolor y el odio, de una madre naturaleza consumida. Sendas plateadas, que de algas se vestían, revelaron una verdad que de alta mar provenía.

Marineros, pescadores, fiesteros en yates, surfistas, veraneantes, ¿ qué mal os hizo el mar?

¿Por qué entre mis manos se mecen bolsas e hilos de pescar? ¿Por qué sustituisteis los peces por envoltorios de caramelo y latas de refresco? ¿Por qué bajo mis pies quedan atrapados plásticos, que datan de hace veinte años por lo menos?

Furiosa marea mediterránea, aquel día me dejaste repugnada. Asqueada de ver a la gente no pisar gota de agua. Mirar sus ojos esquivos, contemplar cómo me evitan. Cargaba yo en mis manos, los cuchillos que tenías clavados en las entrañas. Machetes con las hojas firmadas. Los nombres de aquella gente, haciendo sangrar tus aguas.

Ahora me pregunto, cuanto tardarás en sucumbir a sus armas. No te queda vida suficiente, para seguir reflejando esa falsa calma. No queda mucho, para que tu marea sea una mezcla de inmundicia y agua.

Playa de Levante, siento no poder hacer nada. 

LAS SUCESORAS DE LA CAJA DE PANDORA

Quién diría que las cartas se acabarían convirtiendo en un zumbido de un móvil. Solo hizo falta un par de años, para que aquellos tesoros de papel desaparecieran de nuestras vidas. Cuando yo era pequeña, ya habían caído prácticamente en el desuso. Poco a poco, todos nos fuimos habituando a su sucesor: el teléfono móvil.

Era fascinante escribir con aquel pequeño artilugio a mi padre, que se encontraba trabajando fuera de casa, y recibir su respuesta en apenas unos segundos. Y aunque teníamos teléfono fijo, nada se podía comparar con aquel aparato que era capaz de guardar tus palabras en su pantalla.

Supongo que ese fue mi primer acercamiento a una red social. Una acción tan sencilla como mandar un mensaje, fue el primer contacto con los que considero los verdugos de la edad contemporánea. A mi madre en aquel momento no le pareció peligroso dejarme un móvil para que tuviera la libertad de hablar con mi familia y amigos, en cambio, hoy en día se niega a dejar que mi hermana se una al mundo virtual.

Solo hizo falta una década para que las cartas se dejaran de utilizar, y solo se han necesitado otros diez años más, para convertir las redes sociales en un campo de batalla mundial.

Es demasiado sencillo entrar: un nombre, una contraseña, ya estás dentro. Una aplicación que te permite llegar a los confines del mundo, deslizando únicamente la pantalla hacia abajo. Te muestra rostros nuevos cada tres segundos, y vidas enteras, descritas con pelos y señales, expuestas como los productos de un escaparate. Mentiras y engaños escondidos tras millones de fotografías. Quince minutos en una red social, significa un exceso de información brutal. Datos que, si no los controlas, pueden acabar teniendo demasiada importancia en la vida diaria. Tanta es la dependencia de saber más y más, que al final se crea una adicción.

¿Cuánto tiempo hizo falta? Quince minutos. Ahora será prácticamente imposible desconectar. Porque el que es adicto a las drogas, las consume sin parar y quien es adicto a las redes, no las abandonará por voluntad propia jamás.

No creo que los fundadores de estas aplicaciones fueran conscientes de que sus inventos se convertirían en potentes armas para empresas y grandes manipuladores. Buscaron un mecanismo para facilitar nuestros medios de comunicación y acabaron abriendo las puertas de un mundo lleno de oportunidades increíbles y problemas inimaginables. Definitivamente no son ellos los completos responsables. La culpa se divide entre los que se hicieron de oro gracias a las redes sociales y en los consumidores de sus productos, es decir, nosotros. Al fin y al cabo, llevamos haciendo un mal uso de las cosas desde que somos capaces de crear.

Las injusticias que ocurrían en carne y hueso, las hemos trasportado al mundo virtual. Tener la posibilidad de hablar con cualquier persona en el mundo, ha desembocado en poder hacer daño a nivel mundial. Vendimos nuestra privacidad a cambio de saber sobre la vida de los demás.

Es realmente aterrador como somos nosotros los que nos atamos cuerdas a las extremidades y cedemos su control a personas desconocidas. Y es vergonzoso darse cuenta de que lo hacemos de forma inconsciente. Porque en un contrato de trabajo, revisaríamos todas las condiciones con lupa, pero para dar nuestra vida a conocer, únicamente nos concentramos en pulsar el "acepto todas las condiciones" sin haber leído siquiera a que acabas de dar acceso.

¿Es tarde para detener lo que estamos creando? ¿Tendremos que esperar a que ya no haya una vuelta atrás? ¿Qué costo tendrá reparar las consecuencias que están dejando las redes sociales en nuestra sociedad?

Es probable que tardemos más en asimilar las respuestas de estas preguntas, que en encontrarlas. 

Rostro tapado y mentira asomando por los labios.

Pobres con aspecto de alta clase. Nacieron en algún momento del pasado, perviven sus ideas en el presente: aunque tenga hambre, siempre haré ver que estoy lleno. Si mi ropa no tiene etiqueta de marca cara, coseré a mano sus letras. Si mi casa son veinte metros cuadrados, cogeré los planos de la mansión de mi vecino, y haré que lleven mi nombre en ellos.

Si soy un burgués arruinado, pasearé por el mercado vestido de punta en blanco.

Si soy un adolescente marginado, retocaré la foto hasta que parezca un afortunado.

Cuanto miedo tenemos de enfrentarnos a nuestra propia imagen. Probablemente sean nuestros ojos los que más desperfectos ven en nosotros. Es el "que dirán", lo que produce esa inseguridad en nuestro aspecto. Es el mundo moderno, habitado únicamente por muñecos de plástico, con la piel tersa y rasgos sacados de un cuento de princesas, el que hace que odiemos cada centímetro de nuestra piel.

Triste que el que tiene todo a su disposición, se sienta pobre de belleza. Triste que tengamos que comernos la cabeza sobre cómo engañar a los que nos ven, y sobre todo a nosotros mismos. Podremos fingir una vida entera si queremos, siempre será más fácil construir un castillo de arena que no uno de piedra.

Pero las mentiras no llenarán el vacío. Ese que todos llevamos adentro, que a veces se agranda, a veces se encoge. Un vacío que, si no estamos dispuestos a admitir su existencia, nunca conseguiremos que desaparezca.

También tenemos que ayudarnos entre nosotros. Si no nos gusta que nos cataloguen con un primer vistazo, lo razonable es que no lo hagamos nosotros. Ahí es donde está el verdadero cambio. No esperes que la televisión, las redes sociales y las empresas, desembuchen todas las mentiras que enseñan. No sale rentable mostrar a la audiencia los desperfectos de un cuerpo consumido por el tiempo, las sonrisas que esconden muecas de dolor y sufrimiento, la inestabilidad mental que está enterrada bajo una vida de ensueño.

Cada uno encontrará el momento en el que partirá en dos su imagen idealizada, y descubrirá su rostro verdadero.

Otros como tú, acordeonista.

¿Cuántos acordeonistas ,como el de la calle ancha, habrá en el mundo? Nadie se ha preocupado en contarlos. En los informes, solo hay cifras que estiman la cantidad de gente sin techo. Números que solo aumentan.

La pobreza mundial es una maza que pega cada día más fuerte. Nadie sabe cómo detenerla o cómo hallar su solución. Las ideas no surgen tan rápido como niños recién nacidos  destinados a la miseria.

Todo este tema desemboca en el mismo océano. El dinero. Si algún día se abole la pobreza, será porque habremos conseguido eliminar el desequilibrio de dinero que existe entre los países.

Se necesita la colaboración en masa. Y de ahí surge otro problema. La masa.

Vivo en una ciudad que no llega a los doscientos mil habitantes. En comparación con la población mundial, somos un hormiguero con tres hormigas. De esas tres hormigas, una no tiene alimento, ni refugio, ni amigas. Las otras dos hormigas, desconocen la existencia de la tercera hormiga. Si la ven, se hacen las ciegas. Si la escuchan pedir, se hacen las sordas. Si las toca, apartan la pata, repugnadas. Hormigas de dos patas y dos ojos.

Evitamos mirar a la cara a los problemas cercanos. Siempre ha sido así. Interiormente, aspiramos a arreglar los problemas que están fuera de nuestro alcance. ¿Hablas de acabar con la pobreza mundial, cuando no eres capaz de solucionar la que habita en tus calles?

Hablar y prometer es fácil. Hacerlo realidad no. Y aunque yo me comprometa a ayudar al más necesitado, nunca me he ofrecido como voluntaria en un comedor social. Nunca me he parado a preguntar a los vagabundos del supermercado que necesitan. Nunca me he detenido ante la mujer que extiende su mano y me ruega una moneda.

Nunca.

Tampoco creo que la ayuda sea dejar dinero en sus manos. Los prejuicios saltan como las alarmas en un atraco. El hombre que mendiga en el supermercado, con mi dinero se llenará el buche de vino. La mujer que te susurra ayuda al oído, cogerá tu billete, y lo gastará en un nuevo paquete de droga. El abuelo que duerme en el portillo de la iglesia, intercambiará la limosna por paquetes de tabaco. La triste realidad es que sí. No todos los casos, pero si la mayoría. ¿Vamos a culpar a gente que duerme al raso todos los días, de dejar atrás su cruel vida a través de alcohol y pastillas?

Utilizamos nuestros prejuicios para excusar nuestra falta de empatía.

Esta gente que carece de dinero también combate con la ausencia del diálogo. Debe de ser tan demoledor, que nadie te haya preguntado tu nombre en los quince años que llevas sentado en el suelo del mismo supermercado. Desolador que todo el mundo de por hecho que, si estás ahí sentado, es porque nunca has intentado nada para remediarlo. Ni una sola persona que te haya preguntado por tu pasado. Solo saben lo que les ofrece su vista: un mugriento indigente callado.

Ayudar no solo consiste en dar dinero. Para que una persona deje de vivir en la calle, hará falta el tiempo y la atención de otras.

Pero también se puede uno equivocar. El que lo ha intentado, sabe que muchas veces, ofreces tu mano, y toman todo tu brazo. Y da rabia. Porque han cogido tus buenas intenciones, y se han aprovechado de ellas. Todo aquel que se dedica a auxiliar personas necesitadas, es consciente de que entre ellas se encuentran individuos que solo están ahí para acaparar lo que les interesa, y que rechazarán sin escrúpulos lo demás.

Pero hay que seguir luchando por las manos que necesitan la tuya.

Quiero creer, que llegará el momento en que mis textos, impulsará a los demás a unirse a mí para agarrar tu mano, acordeonista.

El Acordeonista

Parece un recuerdo lejano, pero revive con mucha fuerza de vez en cuando. La calla ancha es, sin duda, un lugar muy ruidoso. Los pasos retumban sobre los miles de adoquines que forman la avenida. De los bares surgen conversaciones de mil y un temas diferentes. Las tiendas son imanes del ruido. Puede ser un poco claustrofóbico internarse en la calle ancha cuando son las temporadas altas de turismo. Mis pequeños recuerdos están ambientados en tiempos tranquilos. Sin las mareas de gente que ahora mismo caminan por esta calle. No sé cuando apareció. No recuerdo el día en que lo vi por primera vez. Lo único de lo que sí estoy segura, es que la melodía siempre sale del mismo acordeón.

Primeramente, se sentaba sobre una vieja banqueta al comienzo de la calle; a unos dos metros de los primeros portales, al lado de una tienda de fascinantes artilugios.

Sobre la funda del acordeón, había un pequeño platillo plateado. Su gran mano acariciaba con mimo las teclas, mientras que la otra, extendía y comprimía con suavidad el fuelle. Su cuerpo se encogía, como si quisiese hacerse tan pequeño como el acordeón. Sus amplios mofletes, revelaban una sonrisa de tranquilidad. Los ojos, siempre cerrados y escondidos tras esas finas gafas. Nunca una palabra. Solo una sonrisa ancha y un pequeño entreabrir de sus ojos, cuando le dabas una moneda.

Nunca necesitamos un gracias. Su acordeón era su voz y su agradecimiento.

En mi vida no fue un gran cambio la desaparición del acordeonista. Solo me di cuenta de su ausencia, cuando hace unos días, su acordeón luchaba de nuevo contra el escándalo de la multitud al andar, hablar y discutir. Lo atisbé en un nuevo lugar, enfrente de un quiosco; pero no había ningún cambio notable en él. El mismo hombre, el mismo acordeón. El rojo granate parecía brillar con luz propia, el negro mate, con las tiras plateadas que dan forma al acordeón, las teclas, de un blanco puro...

Pero algo había cambiado.

No era su melodía. Eran los espectadores.

Hace años, el acordeonista siempre tenía un pequeño corro alrededor de él. Mayoritariamente, hombres y mujeres adultos con sus hijos pequeños, y ancianos. Los pequeños se acercaban tímidamente, y dejaban en el plato un puñado de monedas.

Ahora el acordeonista se encuentra solo. Apenas hay monedas en su platillo.

Con otro vistazo, trato de encontrar a personas que lo miren. Nadie.

Creo entender que ocurre. Aquellos niños que daban monedas, ahora cuentan con casi una década más de vida. La timidez se ha transformado en rebeldía. Ya no van cogidos de la mano de sus padres. Ahora van rodeados de compañeros. Su atención solo va dirigida a los que están con ellos y a lo que están haciendo.

Pocas son las personas adultas que se molestan en pararse y escuchar por un momento al acordeonista. Ellos son más propensos a abrir la cartera y dejar caer un par de monedas en el plato. No veo a la gente de mi edad haciéndolo. Sus carteras están rebosantes de céntimos. ¿Cuánto cuesta dejar 20 de ellos en su platillo? No creo que ni siquiera se lo hayan planteado. El dinero que les han dado sus padres estará destinado a otras cosas. Un nuevo pantalón, unas nuevas botas, un menú del McDonald's o un granizado. Vestidos como si fueran a ser sacados en una revista. Buscando ser el grupo más llamativo y el que reúna más miradas de otros adolescentes. Sus únicas preocupaciones serán encontrar la talla o el modelo de una sudadera, conseguir una mesa libre en la terraza del Burger King o que sobre algo de dinerillo por si les apetece atiborrarse a gominolas.

Cómo de lejana tiene que ser esta vida para el acordeonista. Sentado en la mitad de una avenida, en la que solo pasean desconocidos. Ofreciéndoles tu música y el amor que tienes por lo que te apasiona. ¿Cierras con más fuerza los ojos para no ver el vacío que te rodea? ¿Qué será de ti, al final del día, sin las monedillas que te daban de comer? No entiendo porque no te ven, o porque te ignoran. Eres lo único que salva este día de la monotonía de los demás. 

Supongo que la seguridad de tener un hogar, el estómago siempre lleno y la posesión de dinero, es lo que te hace invisible a nuestros ojos.

El ladrón de tiempo

Ahora que empieza la última semana previa a las evaluaciones del segundo trimestre, me doy cuenta de lo valioso que es el tiempo.

Todos los años ocurre lo mismo, llegan estas fechas concretas en las que solo hay un momento para respirar y cerrar los ojos. Gran parte de la culpa la tenemos nosotros, por mala organización, pero, aun así, siempre ocurre lo mismo con los exámenes, que se fijan en el último minuto.

Creo que a todos nos ha pasado. Las mañanas se hacen eternas, y es pasar la puerta de casa, que el tiempo se evapora. La lista de lo que tengo que hacer tiene una longitud de dos metros, y apenas soy capaz de completar diez centímetros cuando estoy en casa. ¿Y quién es el verdadero culpable? ¿Yo, o el maldito controlador de mi vida? Pues tengo pruebas de que es mi móvil, el oponente contra el que lucho a diario para ser productiva.

Este inútil trozo de metal me ha encadenado y me ha arrebatado la libertad. Soy incapaz de salir de casa sin él, tiene mi vida social encerrada en su memoria y es la única manera que tengo de enterarme de lo que ocurre fuera de estas cuatro paredes. Y lo peor, que esta condena parece ser que va a ser perpetua.

Aún alcanzo a recordar esos primeros años en los que no tenía que preocuparme por llevar nada conmigo. Cuando era capaz de pasarme horas jugando con figuritas de plástico, sin agotarme ni aburrirme. El tiempo en el que la tele era nuestra única pregonera.

Tal vez se deba a que estoy creciendo, pero estoy segura de que he perdido muchas de esas costumbres por la llegada del móvil a mi vida.

¿Me arrepiento? Sí.

Lamento no haber sido capaz de esperar unos años más a que llegara a mis manos mi primer móvil. Es verdad que, en un primer momento, no le daba gran uso. Llamadas, mensajes y fotografías. Poca cosa.

El problema comenzó cuando me abrí mi primera y por ahora única, red social. Este maldito agujero negro, que absorbe mi tiempo y poco a poco mi vida. Sucumbí a su poder al entrar al instituto. Todo el mundo, absolutamente todos, tenían Instagram. Daba igual si era a escondidas, en el móvil de sus padres o en el ordenador en casa de su tía. No era ciega. Empecé a verme fuera de las conversaciones de mis amigas, las cuales, últimamente, parecían conocer a media España. Un día podían estar hablando de _pepito09. _ y su novia -j3siiic4.- de la Coruña, y al día siguiente, de una pareja de influencers asturianos que lo habían dejado. Después de los tres primeros meses de instituto, la gente comenzó a perder el miedo a traer el móvil a clase. Era sonar el timbre de salida, y ver el mismo movimiento en veinte personas a la vez.

Sacar el móvil, encenderlo y salir de esta galaxia.

Esa gente ha sido lo más parecido que he visto a una horda de zombis. Los ojos iluminados por el reflejo de la pantalla, sus dedos, máquinas que trabajaban a una velocidad asombrosa y su cerebro, un utensilio inútil en el cuerpo. El tiempo pasó, y la cosa empezó a extenderse. Yo ya había rogado en casa que me dejaran descargar una red social. Pero seguía recibiendo un no por respuesta.

Ahora, cada día me tienta más mandar todo esto a la mierda. De eliminar la cuenta y no volver a abrirla en la vida. Y aún así, no soy capaz de pulsar una sola vez el botón de "borrar cuenta". Tengo la libertad a mi alcance, pero la adicción crea un muro invisible que me separa de ella. Y sí, es una adicción. Nunca en mi vida había tenido un objeto del que dependiera al completo constantemente. Y yo, que considero que soy de las personas que menos consumen esta droga, soy consciente de que este maldito cacharro me tiene atada de pies y cabeza y que no hago nada por liberarme.

No solo me quita el tiempo, sino que me quita las ganas de hacer lo que me gusta. Es mucho más sencillo, poner la huella en este aparato, y desbloquear una aplicación de mierda, que sacar los pinceles, las pinturas y ponerme a pintar. Luego me quejo de que no tengo tiempo para nada. Culpo a los estudios, a los profesores, al mundo, de que no tenga ni un segundo de sentarme y hacer trabajar a este cerebro para otra cosa que no sea estudiar. Y el culpable, lo tengo a diez centímetros de mi mano.

Os cuento mi perspectiva, para que os deis cuenta de que todos estamos metidos en el ajo. De que tal vez no sois los únicos que añoran una vida sin teléfonos.

Unos nuevos titiriteros nos han atado un hilo más a nuestro cuerpo de algodón. Un hilo invisible, pero que ejerce el mismo control que los otros, sobre nosotros.

La tecnología es una gran aliada, pero todos sabemos que se puede convertir en el arma que apunte directamente a nuestra cabeza. Pasa como todo, hay que enseñar a darle un buen uso. Y como siempre ocurre, son pocos los que realmente la aplican bien. No dejemos que esto siga. Porque están contagiándose los más jóvenes. 

Nos hemos vuelto esclavos de un píxel.

LOS BORREGOS DEL GRANJERO

El último viernes, comenté una oración que decía así: "pues defendemos con dientes y uñas a los cantantes encargados de componer y dar vida a esos turbios mensajes"

Y a raíz de esto, he recordado un tema del que siempre he querido hablar en profundidad. Puede que el título os sugiera ya algo, pero si no es así, os resumo que voy a opinar sobre los séquitos.

¿Hasta qué punto está bien seguir a una persona? Bien, desde tiempos ancestrales, las personas nos hemos clasificado en grupos, que han ido variando con la evolución de la humanidad. Supongo que la primera persona en ser un líder fue el troglodita más fuerte de un pueblo. Y desde ese momento hasta el actual, han nacido personas cuyos nombres han quedado registrados en los recuerdos de poblaciones enteras.

Tenemos la suerte de que muchas de ellas, eran mentes brillantes cuyos pensamientos permitieron el avance y el progreso. Pero también tenemos culpables que hicieron de sus creencias un crimen a gran escala.

Está claro que no comparo a los fans de Justin Bieber con los seguidores de Hitler. Pero es verdad que ambos son grupos de gente con un referente. Otra cosa es en que se basa la popularidad del famoso.

El gran problema que está surgiendo hoy en día, es que es mucho más fácil que tu cara se conozca en el mundo entero. O, mejor dicho, que tu gilipollez se extienda por todos lados.

Los influencers. La gran mayoría de ellos no son más que gente común joven, con un físico idealizado, y una habilidad, que no tiene por qué ser nada espectacular. El problema no es que triunfen por eso, el problema está en que suelen ser muy inmaduros. 

Lo que a mí realmente me preocupa es la capacidad que tienen de manipular a sus seguidores. Me horroriza ver cómo la población joven bebe de las mentiras que sueltan a menudo, y cómo tienen una fe ciega en gente que solo conocen por lo que se enseña a una cámara.

Es por este lavado de mentes, en los que se impone una sola creencia, que se han formado sectas, partidos radicales y grupos de mercenarios. Y hoy en día, aunque sea un poco escandaloso de afirmar, ocurre algo similar a menor escala. Venga, abre Twitter y dime que en ese caldero no se cuece más que odio. O que nunca has visto a personas pegarse palizas por la ideología que unos no toleran y de la que los otros son fieles seguidores. Ponte a buscar cuantas noticias basura se han publicado sobre follones entre personajes "famosos". Hasta que punto estamos más al corriente de lo que ha ocurrido entre dos famosillos, en vez de los problemas que tienes a tu alrededor. Hay algo que falta en general a la población y es criterio propio.

Metafóricamente hablando, me temo que no somos más que el ejército que mantiene el culo de un rey en su trono. Somos nosotros los que nos batimos en duelo contra otros ejércitos para defender las palabras de alguien que no sabe ni siquiera nuestro nombre.

Si pensamos en la sociedad como un rebaño de borregos, veremos que desde afuera, todos parecen ser iguales. La misma lana blanquita, la misma dirección de viaje, el mismo pastor. La oveja que se sale del grupo es inmediatamente atacada por los ladridos de los perros del pastor. Puede intentar escapar, o resignarse a volver al montón. Pero lo que realmente importa, es que la oveja ha entendido que hay vida más allá del rebaño.

VENENO ENTONADO

Siempre que me preguntan qué estilo de música me gusta, contesto que amo escuchar las voces del pasado. Las que ya no tienen un cuerpo donde resonar. Las que están enjauladas en casetes, pendrives del 2000, discos de vinilo y los primeros mp3.

Los años 70, 80, 90 o incluso más atrás en el tiempo. No me canso nunca de buscar artistas enterrados en el recuerdo. Y poner en bucle sus mensajes escondidos en las notas de una partitura.

Podría extenderme durante párrafos y párrafos sobre las maravillas que han sido cantadas y han quedado sepultadas por la música actual. Pero sobre lo que realmente vengo a opinar es justamente eso, la música de hoy en día.

Y no voy a hablar de forma general, pues hay personas que siguen creando verdaderas armonías. Y otras que, a mi parecer, manchan el nombre de la música.

Creo que no hace falta ni que mencione a que tipo de canciones me refiero. Las que han sido un boom en los últimos 10 años. Aquellas que hacían mover mareas de gente en las fiestas del pueblo. Yo misma he llegado a cantarlas con la vocecilla que tenía con 11 años. Por aquel entonces, yo no pensaba en lo que decía mientras entonaba. Ahora, repasando aquellos "temazos", veo las barbaridades que llegué a soltar. Aunque en comparación con las actuales, aquello no era más que un canto de misa.

Ocurrió que el año que empecé a cursar 1º de la ESO, comencé a percibir como la gente había cambiado abruptamente de gustos musicales. No sé si fue porque en aquel momento, si querías ir a la moda, tenías que olvidarte de los cantantes que siempre habían sido un icono durante tu infancia o que a la gente realmente le gustaba ese género musical. Yo solo estaba horrorizada. ¿Era la única que escuchaba lo que realmente había debajo del chocar de los platillos, el salvaje ritmo de los teclados digitales y aquel pum pum infernal de la batería?

Letras que humillaban, sexualizaban y discriminaban a la población mundial. ¿Pero cómo somos capaces de cantar eso?

Las chicas luchamos por la igualdad, pero entonamos canciones que hacen de las mujeres un simple juguete sexual.

Queremos un mundo integracionista, y, aun así, cantamos a todo volumen insultos a los de nuestra misma raza.

Nos contradecimos nosotros mismos, pues defendemos con dientes y uñas a los cantantes encargados de componer y dar vida a esos turbios mensajes. Ah, pero cuando salen los trapos sucios, todo el mundo cambia de bando, y solo apoyan que esa persona pague por lo que ha cantado. Y que tú has bailado.

Hay que admitir que esto no es un invento de las nuevas generaciones, pues tampoco se salvan muchos de los temas que se compusieron hace ya tiempo. Y no quiero justificar que los cantantes del siglo XX pudieran componer barbaridades por el tipo de sociedad en la que se vivía, pero también es verdad que ese fue un factor muy influyente. Y ahora, que por fin empezamos a abrir las mentes, que somos capaces de entender los errores que cometimos en el pasado, volvemos a producir himnos entonados con veneno en las papilas gustativas.

Esta en las manos de los compositores y el público parar esta locura que crece cada día más. Y la prueba irrefutable que nos hace ver lo que estamos creando, es ver como un niño de siete años va cantando "Yo le quiero dar, en 4K"

EDUCADOS EN LA MENTIRA

El último examen, el paso final para llegar a una meta impuesta hace 20 años. Aprobado, ¿y ahora qué hago?

¿Qué quieres ser de mayor? ¿Y tú piensas que te puedo contestar algo coherente con siete años? De aquella, quería ser profesora, futbolista, médica, bombera, cantante o tal vez astronauta.

Y ahora que tengo dieciséis, lo único que quiero es saber cuándo me llegará la inspiración para elegir una carrera. Porque pienso en el futuro, y me echo para atrás.

"Quiero ser profesora" ¿de qué, pequeña Alba? De biología, matemáticas, lengua, educación física, inglés, música, física y química, plástica, historia. ¿En qué grado? Primaria, secundaria, ciclos o universidad. O prefieres abrir una academia y dar clases particulares. Y que tal un colegio público, o en uno privado, aunque también podría ser concertado.

¿Por qué nadie avisó de que todo sería tan complejo?

Todos somos niños risueños que crecemos, nos volvemos adolescentes insensatos y que finalmente, debemos convertirnos en adultos responsables y preparados para lanzarse al estudio del mundo laboral. Personas que en un principio soñaban con ser astronautas y tocar las estrellas, y que han acabado con los sueños enterrados en el fondo de la Tierra.

Creer que el oficio ideal proviene de nuestros hobbies es una mentira, y grande. Todavía no he visto a un niño practicar para ser carnicero.

Cuanto antes te des cuenta de que son pocos los que viven de sus sueños, menos decepciones te llevarás. No pretendo que te rindas antes siquiera de intentar lograr tus metas, pero tampoco te voy a mentir diciéndote que con talento todo se consigue.

Nadie se plantea ser basurero, cartero, camarero o cristalero con 15 años. Tal vez se deba a que en los libros que estudio, nunca han mencionado que pueda acabar recogiendo basura durante siete días a la semana hasta que tenga 65 años.

Lo que yo llamo el oficio enterrado. Trabajos que mantienen en pie una ciudad, pero que permanecen invisibles la gran mayoría del tiempo. No te extrañes si te digo que un electricista es igual a un médico. Por sus venas corre sangre y tiene un corazón latiendo. Es verdad, el médico salva vidas, pero el electricista se encarga de que llegue luz a tu casa. La que te permite comer, beber, asearte y la que está alumbrando los apuntes de los próximos doctores de este país. Todos aportamos algo esencial para que se mantenga el orden que nos otorga el nombre de sociedad.

Pero en una mente joven, llena de ambición y aspiraciones, no es fácil asimilar que pueda acabar siendo feliz como fontanero.

Por cada euro, un beso.

San Valentín, un día clave en el febrero de todos los años. 24 horas que representan el amor. Una festividad de júbilo, ¿no?

Para los solter@s, esta fecha no es más que un recordatorio de que siguen sin pareja. No hay que tener prisa, todo a su tiempo. Pero no vengo a hablar de cómo celebramos San Valentín cada uno. Vengo a hablar del dúo que hace la economía y el día de los enamorados. O, mejor dicho, de cómo hemos convertido este día en especial por el regalo material. ¿O acaso no estoy en lo cierto? ¿Qué pasaría si llegas con las manos vacías a la cita que has preparado hoy? ¿O si no mandas ni un simple wasap felicitando el día a tu pareja? Te lo resumo: enfado.

Parece que San Valentín no es más que el nombre que le hemos puesto al día que se está obligado a adquirir un regalo y decir cosas ñoñas.

El amor no se debería recordar una vez al año. Debería estar presente en el día a día. La convivencia entre dos personas no siempre es fácil, y está claro que hay discusiones y diferencias. Pero si esa pareja tiene un compromiso de ayuda y respeto mutuo, el amor se demuestra en las acciones diarias. Y es ahí donde yo creo que se encuentra la felicidad. No en cajas de bombones, rosas y perfumes. No en un audio de voz ni en un mensaje de texto. Tampoco en los stories de Instagram o en Twitter.

Es el momento de darse cuenta de que una relación no depende de los detalles materiales o las palabras bonitas regaladas. No se debería tolerar un noviazgo que florece en el día de San Valentín y se derrumba a la semana.

Veo algo mucho más especial e íntimo, regalar un detalle un día cualquiera. No tener la presión de tener que comprar algo porque hoy es 14 de febrero. Yo creo que tu pareja se va a llevar una mayor sorpresa si le regalas un ramo de flores un 23 de mayo, que no el día de San Valentín.

Y por esta misma idea, nadie se debería enfadar o deprimir si hoy no recibe una rosa. Podrías tener la suerte de contar con alguien que te aporta bienestar, el cual no se compra con una moneda.

Si sales a la calle, en un año no tan atípico como este, los escaparates de todas las tiendas estarán vestidos de rojo y rosa. Ellos únicamente quieren el billete que asoma de tu cartera. Y si caes en la tentación de entrar y comprar, recuerda que el presente que llevas no va a arreglar la disputa con tu pareja.

Hombre de la mano en lo alto

Su más acertada descripción es la de guadaña de la muerte.

Vestido de uniforme y gabardina, con sus relucientes medallas y su insignia, que a todos lados lo acompaña. Su rostro antipático, con pozos negros por ojos, y su cabello carbonizado, recto y aplanado.

Su característico rectángulo, situado entre las fosas nasales, por las que absorbía el miedo ajeno, y los labios, con los que sentenció a millones enteros.

Él fue el artista fracasado. Aquel al que atormentaron con latigazos, y sin poder olvidarlo, se convirtió en el hombre que liberó el tormento humano.

Te apresaban en sus campos, no solo a ti, también a tus padres y hermanos. No era un buen vasallo, de aquel al que tenía tanto reparo, o quizá solo utilizaba su nombre, para esparcir su poder con más encanto.

Hombre con la mano en lo alto. Creaste la sombra que se ciñó sobre todos los que estaban debajo. Nadie escapaba, mujer, niño o esclavo.

De tu religión dependía sí una bala debía ser incrustada en tu cráneo.

A ti te rogaron y suplicaron, pero tan ciego de ira estabas, que no lograste escucharlo.

Tú, sucio traidor de humanos, cambiaste el futuro a base de cuerpos vacíos en millones de lados.

Pero tus enemigos se elevaron, y con ellos, la cobardía se refugió en tu negro órgano. Bajo tierra te enterraste, aun latiendo tu corazón.

Estaba todo pintado de sangre, cuando realizaste tu último cuadro.

Escrito por Alba

La niña de los abrazos

Tres abrazos al día, esa era la única norma del orfanato, solo a mí, la oveja negra del rebaño. A veces me pregunto que hago aquí, sin padres, con el corazón envenenado; entonces me acuerdo de aquel día, el que me cambió la vida. 

Era una noche de invierno, había luna llena, nieve tan alta que cubría hasta mis pequeñas rodillas de niña de cinco años. Caminaba acompañada de mis padres, sujeta de sus manos, sus frías manos. En un abrir y cerrar de ojos las luces artificiales procedentes de las farolas se apagaron, dejándonos en la penumbra, solos y con miedo. Pero la soledad que sentíamos se esfumó cuando pudimos visualizar a lo lejos, gracias a la luz de la luna, una silueta humana que se aproximaba a paso de hormiga. Sabíamos perfectamente  que aquel barrio no era nada seguro y nos alegramos al ver que aquella persona no era como la mayoría de ese lugar.  Esa alegría se esfumó al igual que el sentimiento de soledad, claro que no era como la gente de allí, pero era peor. Mis padres comenzaron a correr, conmigo arrastras por un momento. No entendía que pasaba, solo era una persona. ¿Acaso el ser humano es tan malo como para sentir deseos de huir? Pues sí, pero mi pequeño ser de cinco años aún no entendía ese concepto de la vida. Todo sucedió tan rápido. La nieve a mi alrededor se volvió color roja, con mis padres tirados sobre ella.

Eso es lo único de lo que me acuerdo, aunque preferiría olvidarlo. Sueños, comentarios, noticias... Todo relacionado con aquel maldito día. 

Suelen aparecer reporteros para entrevistar a los profesores sobre mí, pero nadie se ha preguntado nunca ¿Qué piensa Sihiro? No es que no les importe mi opinión, es que les doy miedo, y no me extraña, yo también lo tendría si me encontrara a un ser como yo. No es nada físico, pero el aura que me rodea se nota que no es de este mundo, porque el ser que me maldijo no es de este mundo, la "persona" que mató a mis padres... no es de este mundo. 

Por eso siguen investigando el caso de la muerte de mis padres , después de que ese monstruo los matara, sus cuerpos quedaron abstractos. Mitad monstruo, mitad humano. 

Han pasado  once años desde entonces, la policía no hace nada  ¿ pero que pueden hacer en la investigación contra un ser inimaginable? Nada, simplemente nada. 

¿Por qué abrazos? ¿Qué clase de norma es esa en un orfanato? Se debe a mi maldición, mi corazón funciona como un teléfono móvil y los abrazo lo recargan. Estamos en media pandemia, sin tener contacto con nadie. 10 días sin abrazos y adiós a la batería, mi corazón se apagará eternamente. Faltan tres minutos. Hasta siempre. Sihiro.

Escrito por Sara


El chico y su fiesta de cumpleaños

La condesa Crisberlin y su fiel consejera Shteysi

-Shteysi, hay un amigo mío que  va a celebrar su cumpleaños. Él es muy rico ya que vive en una mansión y tiene muchos lujos. Sus padres le dijeron que podía dar una fiesta en su casa, pero tenía que elegir a las personas que iba a invitar porque no podían ser todas. Y me dijo que le aconsejara, pero no sé qué hacer.

-Señorita condesa -dijo Shteysi, la decisión que tiene usted que tomar es muy difícil, pero tiene que ser justo y comprensible y que no le pase lo que le pasó a un chico con su fiesta de cumpleaños. La condesa, con tanta intriga que tenía, le dijo a Shteysi que qué había ocurrido con el chico y su fiesta de cumpleaños, a lo que Shteysi le respondió:

Había una vez un chico que iba a celebrar sus 16 años. Él no tenía muchos amigos por no decir ninguno. Solo tenía uno, su mejor amigo, inseparable desde la infancia. Él quería que su decimosexto cumpleaños fuera especial y que no fuera como los 15 anteriores, así que se le ocurrió la idea de decirlo en su clase para ver quien quería ir. Todos se entusiasmaron con la idea y en un segundo se les fue la sonrisa. Todos dijeron que si iba Carlos, ellos no irían, por cierto Carlos es el mejor amigo de Julio. Él tenía que elegir entre su mejor amigo y celebrar su cumple con su familia y Carlos o entre su clase y tener una fiesta como siempre había querido. Él se lo tenía que pensar, cosa que le pareció extraño a Carlos, que estaba en medio de una decisión. Pasaron los días y Carlos no tenía noticias sobre la decisión de su mejor amigo y creía que todavía no la había tomado, pero lo que el no sabía es que extrañamente él había elegido a su clase antes que a él. Carlos fue a preguntárselo a Julio y le puso la excusa que al final no iba a celebrar su cumple. Le extraño su respuesta pero asintió con la cabeza.

Llegó el gran día, ya estaba decorada toda la casa para la supuesta fiesta. Llegó la hora y empezaron a llegar los invitados, Julio estaba muy contento, porque había venido mucha gente a su cumple. Pero él ni se imaginaba lo que se le venía encima. Pasaron las horas y todos se estaban divirtiendo menos él. Todos jugaban, bailaban, se reían y cuando él se acercaba todos se callaban, se iban y lo ignoraban. Le hicieron una broma, lo que era es que en uno de los regalos que él abrió había una bomba tarta que si tocaba o partía la tarta le estallaba, pero él no sabía eso, así que la partió y le estalló. Todos se estaban burlando de él y con sus móviles grabando todo lo ocurrido, para después compartirlo. Todo avergonzado se fue y echó a todos de su casa. Mientras limpiaba todo el desastre de lo ocurrido, llamaron al timbre y era Carlos que le venía a traer su regalo de cumpleaños. Él todo avergonzado le pidió perdón a Carlos por haberle mentido. Aunque Carlos estaba un poco decepcionado, le perdonó y le ayudó a recoger todo antes de que sus padres vinieran. A Carlos se le ocurrió poner música mientras recogían, para que por lo menos pudieran salvar un poco el cumpleaños de Julio.

Así que señorita condesa yo te recomiendo que pienses bien la respuesta que le vayas a dar a tu amigo y recuerda la historia de el chico y su fiesta de cumple.

A la condesa le gustó mucho el consejo de Shteysi así que lo siguió y le fue bien.

Y como a doña Crisberlin le pareció que este ejemplo era bueno, lo mandó a copiar en este libro e hizo estos versos que dicen:

Antes que la popularidad, existe la amistad.

Escrito por Cris


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